Hace muchos años había una especialidad que se disfrazaba de felicidad. Era sencilla, y se palpaba en cada esencia cotidiana. Se podía tocar, y la podías ver en cada rincón del mundo. Daba la libertad de poder jugar, y no había demasiadas reglas. Se delimitaba en el terreno de la confianza y se desplegaba a lo largo de la costa. Se reflejaba en cada carita iluminada, en cada espejo sin exceso y en el sol de mediodía.
Su problema eran los años. Era huidiza. Los pensamientos de los demás, el tiempo, los errores y el dolor, eran su muerte. Un despilfarro de tiempo se contaba como unos segundos, mientras que los años seguían dejando atrás un contador que nunca queríamos mirar. Se atrevía a desafiar al futuro, sin importarle el presente. Y el más importante de los problemas caía impotente cual hormiga ante el caminar incesante de la inquietud. El vaso no existía, se rompía y mojaba cada guión escrito. Solo una madre podía regular el espacio y el tiempo de la época, pero sin olvidar los meses de vibración indefinida.
Un niño jugaba y jugaba, hasta caer rendido. Un niño reía y reía, hasta que los dientes se caían de leche inherente. Un niño lloraba y lloraba, hasta que las lágrimas se convertían en cuentos. Un niño imaginaba e imaginaba, hasta que dejaba el mundo del ahora. Un niño gritaba y gritaba, hasta que la voz se convertía en el viento pasajero. Un niño indagaba e indagaba, hasta que toda América caía rendida a sus pies. Un niño nunca dejaba de ser un niño.
En un rincón descansa ahora. Está envuelta en una sábana blanca, cuál ropero desterrado. Sabe que para algunos pasó el tiempo, pero nunca imaginó que acabaría siendo uno de esos utensilios que enmarcamos dentro de la categoría de: aparatos desfasados.
Ya no existen los niños. No existe esa ingenuidad de reírse de uno mismo. No existe la imaginación por conquistar el mundo con un trozo de plástico en forma de indio. No existen las posturas ante el espejo. No existen las casas en arboles o debajo de la mesa. No existen porque ya no seremos nunca más niños sin saber lo que es el mundo. Lo vemos día a día. No podemos cambiar algo que nos cambia a nosotros. La hemos perdido. Se fue la capacidad de conocer algo nuevo y de crecer por etapas. Ahora solo seremos mayores, por y para siempre.
Descanse en paz señora infancia.