Hace mucho tiempo sentí el dolor, era algo tan injusto, que lo podías reconocer sin verle la cara. Era algo que nunca habías imaginado que pasara, y quizás por eso pasó, porque los sueños pocas veces se viven. Tras conocer lo que era el dolor, aquella primera vez, comprendí que las lágrimas no son de débiles, son de personas fuertes que saben lo que la vida puede estar guardando para ti. En aquel momento confié el siguiente paso en una pulsera blanca y en su pureza, confié en seguir en pie, para un día caminar de nuevo, y llegué incluso a volar.
Hace unos días el dolor se volvió a presentar en mi puerta. Llamó dos veces, por si no la había oído la primera, con la fiesta que esperanza tenía montada. Y se quedó con todo. No le importó que no fuese su momento, y por supuesto no estar invitado. Quiso apropiarse una vez más de mi corazón e intentar destrozarlo, pero esta vez no lo iba a dejar. No hubo lágrimas, sí quizás una sonrisa pícara, una sonrisa que no deja de creer, porque del segundo no se acordará nadie, pero aquí hay uno que no olvidará lo que siente. Porque más allá de la victoria está el orgullo de tener la cabeza bien alta y saber que el que lo da todo siempre gana de una forma u otra. Porque hay un sentimiento que te hace más fuerte, puesto que cuentas con él hasta el final de tus días. Porque nunca vamos a abandonar, ni dejar atrás lo que la historia nos tiene escrito, porque nosotros somos el Atlético de Madrid, los que nunca se cansan de luchar. Hoy elijo confiar, confiar en que el camino se sigue construyendo con el sentimiento que nos ha traído hasta aquí, porque rojiblanco es mi corazón...
¡Te quiero Atleti!
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