Creer y ver son cosas muy diferentes. No todo lo que crees lo puedes ver, y no todo lo que ves lo puedes creer. Pero, podemos creer y ver la ilusión. Ésta no deja de ser un reflejo de nosotros mismos. Nos empuja a creer, y si creemos normalmente terminamos por arrojarnos al vacío, sin importar lo que veamos más allá. Porque la ilusión tan solo es una condición para que empiece lo que verdaderamente somos. Lo que queremos ser, y lo que de verdad nos gusta ver.
En esta ilusión no había baldosas amarillas, ni tan siquiera había un telesilla para subir a las nubes. Tan solo había que creer.
Sus ojos desprendían esa sensación de no saber lo que están haciendo. De no saber si están mirando o viendo. De no saber que por los dos, se puede llegar a un infinito. Pero ellos seguían fijos en esa idea. Una idea que no creía conocer nada más allá, que no fuera esa ilusión por construir besos en el aire. De desaparecer entre unas sábanas y no existir en días. De saber que en cada suspiro se esconden más de un te quiero. De entender que entre lo que vio y lo que sintió, no había más que un camino de dudas relajadas por su sonrisa.
Y con las dudas de la ilusión comenzó a caminar, a levitar, a volar, y rozó el paraíso creyendo que había que cerrar los ojos para poder verlo.
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