Quizás el mundo se debería de quedar en el paladar. En esos labios que desprenden el saber del universo. Ellos que unen esa profundidad a la perdición. Ellos que te separan de la verdad. Quizás no haya más que mirar como tiemblan las mejillas de una vida, que nerviosa es devorada.
Hay un sabor que supera a cualquier otro en el mundo. Este sabor se desprende más allá del poder de las papilas gustativas. Este sabor se puede ver a través de una tormenta. Este sabor, solo tiene uno, y siempre es diferente. En ti, y en los labios que te secuestran en cada amanecer.
Porque más allá de un cielo azul, o un infierno rojo, hay placeres que se degustan en el día a día. En esos pequeños milagros que por orden se convierten en realidad. Porque un día el sol decidió: que la sombra de la noche no valía más que el calor de tus huesos con los míos. Porque un día, no había nada más allá que una palabra perdida entre una confusión encontrada.
No quiso saber si algo estaba mal.
Ni lo quería entender.
Na’ más quería que tuviese sabor a colores…
…Y en esa explosión de colores, la hubo también de texturas. Y de sentimientos. Y de sin sabores. Y de maravillas. Y de subir y bajar. Y de pasión. Y de fresas amarillas. Y la hubo por ti, pero nunca fue suficiente…
¿Repetimos?
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