En todo camino en el que se aprecie el creer aparece una piedra. Ésta puede ser de un mayor tamaño o de uno menor, pero allí estará. Los que creen decidirán, con ella en la mente, como se puede seguir adelante; sin molestarla, eliminándola, o haciéndola su amiga.
Y es que, no solo se abre un camino a los que creemos. Hay mil y una fórmulas para que el creer siga adelante siempre, sin que haya esperanzas que queden atrás. Una mirada siempre ve, más claro o más borroso, que la luz está en el siguiente paso. Que atrás no hay más que lo que siempre fue, sin que el presente se llegue a empañar.
Las sombras se niegan a dejar de seguirnos. Yo me niego a dejar de buscar en el armario.
Las caricias se niegan a dejar de tocar. Yo me niego a dejar de cerrar los ojos cuando me besas. Las apariencias se niegan a dejar de engañar. Yo me niego a dejar de correr tras el viento.
Yo creo en un lugar en el que el cristal y el agua serán uno. Las plantas serán las consejeras de mi vida, y los animales serán el consejo de sabios de un ser que no quiere dejar de cerrar los ojos. Será un lugar en el que la meta no tenga espectadores, y donde el uno más uno serán todos. Una playa rellena de conchas y caracolas proféticas. Una esperanza en cada atardecer y un río de principios. Allí, todo caerá desde una cascada que hará que toda melena acabe al viento, sin preguntarse por la verdad.
Y ahora: CREER, porque algún día podré vivir mi propio paraíso, en el que la gente tendrá la culpa de que creer: no es cuestión de piedras, es cuestión de caminos…
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