El vello se erizaba con la llegada de aquella premonición. Acababa de dejar un espacio en blanco antes de comenzar. Pero decidió seguir aquella sensación por encima de todo pensamiento. El aire sonaba cálido, ese que no se lleva el pesar. Dejaba delante de aquella sombra el siguiente paso que dar. Porque esta vez, en todo aquel escenario, había una historia que contar:
La historia había comenzado sola. Se había subido a una estrella y había deslumbrado por los rincones más inoportunos. Había tomado nombre y ahora quería tener vida. Había comenzado despacio, pero la velocidad pertenecía a su grandeza. Aquel sentido de transmisión volaba por el reptar de un deseo. Unos ojos enrojecidos se agarraban al cansancio para no naufragar. Una mano se lanzaba como salvavidas. Ambos se agarraron para sacar a flote un nuevo pico de azar. El sentir fue algo que se convirtió en nubes pasajeras. La lluvia caía para poder recorrer sus cuerpos en una caricia. Y el sol les devolvía el brillo de un día oscuro.
Besos tronaban en forma de eco, para nunca desaparecer. Deseo se transformó en miradas de salsa. Bailes a medianoche que, ¿acababan? El prestigio fue algo in-calculado en el momento en el que caía la bandera. Se izó el no molestar, y el mundo se apartó. No había quien decidiera el paso. El acantilado no daba miedo, y las caídas no existían. Solo el fuego estaba presente. Y el día a día fue eléctrico, fue vivo. Creció una nueva idea en la vida. Maduró una sonrisa y quedó un legado feliz.
Y la historia se fundió, pero no en uno, se fundió en dos. En dos cuerpos. En dos almas. En dos mentes. Porque dos, suman más que uno.
Y la historia triunfó.
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