miércoles, 10 de febrero de 2016

El mar

El amar de las olas se escuchaba de fondo. Era de ese tipo que va y viene, que rompe y sacude todo a su paso. De los que perdonan, pero que terminan devolviendo tarde o temprano lo que un día se lanzó al fondo. Tenía un run run que te permitía coger el sueño, no sin antes pasar por teorías desafortunadas. Había una cierta esperanza que no se terminaba de encontrar en aquella amada orilla, donde una fogata iluminaba con certeza los deseos de ambos. 

En la hora del baño todo sucedida con normalidad. Había una inmensidad que les regalaba la paz a ambos. Solos, no había más interferencia que la de una caracola. Lo habían cambiado todo para poder dormir a la brisa del verano. Para abrazarse en el momento del amanecer y amarse en el momento del atardecer. 

Bucear era como adentrarse en ellos mismos. Una infinita oscuridad iluminada por peces de colores. Sonrisas submarinas que levantaban pasión en el fondo de un sinfín inabarcable. Así es como se deseaban, en soledad. Con la compañía de unos sentimientos que daban vida a todo aquel ecosistema. 

Pero en aquella playa abandonada, en aquel desesperado intento por encontrar la verdad, todo se arruinó. No había más materia que el egoísmo. Un retiro de la grandiosidad que una persona puede dar al mundo. Había decidido secuestrar todo lo que le importaba. Pero solo había una parte feliz. Y había comprendido el porque de las tormentas. No todo podía seguir las pautas de un solo ser. Había algo más, había que compartir el amor, y en él ya no quedaba más que el mar de fondo para susurrar que aquello no existía. 

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