Tras una blanca y esponjosa nube se escondía algo más que un país soleado. Se escondía el sueño del amanecer entre tus brazos. Se escondía el sabor a conexión. Se escondía el día en la noche. Y el nuestro por el tuyo.
No era la primera vez, ni la última, se decía. Pero la realidad hacía que todo aquello fuese distinto en un laberinto ocasional. No se pronunciaba al saber, solo al confuso estado de la locura. No se desprendía para caer, si no para aprender. Se dejaba pronunciar en el susurro de un ascenso hasta su boca, y nunca dejó que huyeran aquellos besos.
Las esquinas escondieron a los fantasmas en la noche, y por el día el cielo se abrió para que pudieran huir para siempre. De las sombras salieron figuras y se cogieron de la mano para que el miedo solo fuese una palabra. Juntas se creyeron y se crearon para que caer nunca volviese a significar lo mismo. Cambiaron conceptos y caminos. Y se siguieron de cerca, rozando cada rincón del cielo con sus dedos. Desplegaron sus alas para apartar cicatrices, y alejarse del destino.
Aquella figura agarró lo que nunca había entendido para transformarlo en lo que sentía.
De la mano…y hasta tus besos. Te quiero.
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