No sé sí es el momento de escribir. Quizás porque nunca he tenido muy claro cuando llegan los momentos. Gracias a este hecho, sé quiénes son los que me rodean. Personas pacientes y llenas de amor que saben esperar para ofrecerte lo mejor. Y es que en muchas sombras el sol se asoma para achicharrar cualquier atisbo de frescura. Es lo que tiene esperar, que todo se pasa sin que vislumbre, si quiera, un grito de socorro.
No es que haya impacientes que desaparezcan. No es que alguno haya estado algún día. Es que todo vuela cual papelina en el momento en el que una duda quiere formar parte de la historia. Porque éstas siempre serán más largas y complicadas, pero en ningún momento tendrán un final, o no lo tendrán feliz.
Hace mucho tiempo que todos saben de cuentos. Hace mucho que todos conocen a los enamorados, los desenamorados y los que nunca llegaron a conocerse. Pero nadie recuerda a los amigos. Nunca hubo dudas sobre lo que había que esperar de una amistad, pero cuando las hubo, no había impacientes por un sí o por un no, todo se deslizaba hasta que algo se rompía. Y todos sobrevivieron, algunos siguieron de la mano, otros la levantaron para decir adiós, pero todos siguen vivos, y dudando de lo que pudo no haber sido.
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