Quizás nos equivocamos. Nunca estaremos totalmente seguros
de nuestras decisiones. Siempre estamos pensando en lo que nos traslada cada
una de nuestras respuestas, cada una de nuestras acciones, cada una de nuestras
miradas hacía lo que queremos, a lo que de verdad somos.
Pero lo que de verdad no te hace equivocarte es la soledad.
Siempre hay tiempo de dar oportunidades, pero nunca es buen momento para mentir
al lado oscuro que te pertenece, el que te dice que no estás bien, pero que es
mejor que estar solo. El miedo, ese lado tan temido y que tanto nos atenaza, y
nos deja sin capacidad de respuesta. Nos amarga. Nos cierra puertas. Siempre impidiéndote
crecer por ti mismo. Sin conocer la vida como nos gustaría.
Porque tener un ancla al lado, solo te permite conocer lo
que hay en el puerto, o en alta mar. Ver a los mismos marineros, o los mismos
tiburones que te dan una única visión de la vida. De padre, abuelo, bisabuelo,
al nieto.
Si cierras los ojos y lo único que ves es miedo, tu ilusión,
y tú estáis muertos. Y sí, el miedo no solo se disfraza de futuro, también lo
hace de pasado. Cuidado con lo que veis al cerrar los ojos.
Y es que la capacidad de crecer no está en el otro lado de
nuestro miedo a la soledad. Está en la capacidad de acelerar sin atropellar a
nadie. Está en la capacidad de abrir las ventanas a otros mundos. ¿Dónde quedó
la capacidad de preguntar y que te responda tu propio eco?
Que la mano estreche el aire que respiras, y que se aleje
lleno de la felicidad que produce conocerte a ti mismo antes de que el miedo o
la ilusión puedan contigo. Ser tú mismo y disfrutar la vida.
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