jueves, 7 de agosto de 2014

La felicidad intranquilizadora

Y la poseyó. Así comenzó su andadura por las interminables llanuras de la felicidad. Ni siquiera sabía que todo aquello existía, pero ya lo estaba disfrutando. Creía que era suyo. Lo veía, lo tocaba, lo poseía. Se lo creyó.

Como un volcán en erupción, la lava caía por todas las partes de su campo de acción. Arrasaba con toda la tierra, hierba, árbol y ser vivo que se encontraba a su paso. Pero el tiempo pasó y todo se regeneró. Volvió, porque todo se transforma. La vida había crecido de nuevo en su ser. Estaba tan cercana y era tan suya, que tenía un nombre especial en cada rincón. Una acción, una experiencia.

Todo era nuevo, tan nuevo que se perdía entre los nuevos callejones. Entre las nuevas borracheras. Entre las nuevas cervezas. Donde antes había un semáforo, ahora había una rotonda. Donde antes había una casa, ahora había un bloque de pisos. Donde antes había un desierto, ahora había una pradera verde azotada por la suave brisa.

Y en esas, llegó. La caricia eterna. La brisa nocturna. La risa interminable. La contagiosa. El beso inaccesible. El sopor de la verdad. La mirada que encontró, y se lo creyó. La veía tan de cerca, que no se perdió. Esos ojos hablaban por sí solos y la mostraban a ella,  era la felicidad intranquilizadora. 

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