Se puede escuchar como caen, y para ello le puedes poner
diferentes sonidos. Suelen ser parecidas, pero aunque parezca mentira, son
iguales. Están saladas. A veces, se contagian. Otras veces, te ríes de ellas,
perplejo al ver y sentir como salen, gracias a una sorpresa, aunque no siempre son
buenas. El dolor también habla con ellas para sacarlas a la luz, y entonces caen.
Suelen ser detestadas. Te empequeñecen. Te muestran que tú
también, sin saberlo, pides. Como cuando eras un bebe, y pedías a gritos que te
cambiaran el pañal, que querías comer, o que el gilipollas de turno te estaba
haciendo demasiadas perrerías. O tan solo, mostrabas a los demás que ese, o
esa, no eran a quién tu conocías.
Sirven, queramos o no. Nos gusten o no, sirven. Te desatan
de los problemas, te ayudan a afrontar e incluso te hacen estar como un niño,
muy necesario en ciertos momentos. Y además, te muestran a ti mismo, como en un
espejo, en el que ves el lado que te han dejado, ya sea malo o bueno. Y
aprendes de ese lado negativo, para eliminarlo y volver al lado positivo de las
cosas.
No soy partidario de ellas, pero cuando la verdad está ahí,
no vale de nada ocultarla. Y esa es la verdadera ley que te permite mirar al
frente y alzar la cara llena de lágrimas, porque mirar como caen, te hace más
fuerte.
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