lunes, 18 de agosto de 2014

Dame tres palabras

Aquella lección no la iba a olvidar nunca. Había pasado muchos años sin darse la oportunidad de comenzar a escribir su propia historia. Años, en los que se había dedicado a recopilar las historias de los demás. Como cuenta cuentos se había convertido en uno de los mejores, pero no dejaba de perder su propia capacidad de escribir la historia de su vida. Sin darse cuenta, dejó de tener nada que escribir. Tan solo vivía en el mundo de lo que leía. Tenía miles de amigos, pero ninguno le respondía. Su buzón, siempre vacio.

Seguía a la espera de aquel sueño. En el que se permitiría el lujo de ser él el personaje principal. De dejar que fuese otro el que narrase y reviviese las historias que él, estaba cocinando a fuego lento. Pero se le pasó el arroz, y ya no sabía cómo comenzar a dar forma a aquella bola de papel que había dejado en la papelera años antes de comenzar a vivir con Rufus, Antino, Peca, Luzma, y compañía.

 Pero allá arriba, en la parte más azul del cielo, comenzó a ver lo que necesitaba. Entre nube y nube, junto al deslumbrante sol, llegó la mejor de las ideas. Como una manzana caída del cielo, empezó a devorarla y se sentó al fin a una mesa. Estaba dispuesto a comenzar, lo único necesario, en muchas ocasiones, para conseguir y hacer realidad los sueños.

Escribió y escribió durante semanas. Entre litros de tinta bien extendidos sobre las blancas páginas no solo se encontraba él, estaban todos los amigos de los que había oído hablar de su propia voz. No solo se creyó la historia de los libros que algún día había leído, además les añadió la suya propia, la estaba viviendo. Era su vida, era la mentira que ganó. 

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