jueves, 28 de agosto de 2014

Intro. No sé porque, pero todo tiene que tener un título. Un nombre. Pero, ¿cuándo sabes cuál es el ideal? ¿Cuándo sabes cuál es el momento? ¿Es cuestión de mirar? ¿Es cuestión de sentir? Yo aún no sé cómo se llama esto, y he dejado el hueco en blanco. Quizás ya tenga escrito a sangre y fuego el nombre, o quizás nunca vea la melodía perfecta para ello…

Hace un tiempo creía en los nombres. Antes de acabar, o antes de empezar. Pero creía en el nombre. Creía en la fortaleza de tener como hacer llegar lo que tenías, con tan solo unas sílabas.

He puesto muchos nombres en estos años. Y siempre he tenido poder sobre ellos. Esa placentera sensación de poderío. Viejo, Atila, Malinoi, Amor, Roto… nombres poderosos. Con huellas. Con recuerdos. Que se escapan. Que te inundan cuando menos te lo esperas. Algunos hasta permanecen. Pero no nos engañemos, el poder, también lo tienen ellos.

Por eso dejé de creer en los nombres, y comencé a creer en la fortaleza de no saber cómo llamar a la felicidad. Aprendí a vivir sin mirar la agenda en busca de una llamada. En busca de una nueva experiencia con su nombre propio.

Y así es como la vida pasa, sin un título al que acudir en un mal momento, porque nunca se acabó, ni perdió. Porque el nombre vuela y busca su momento. Y es por eso que ya nada volverá a tener el sabor de una dulce canción, porque ya no se deja ver; se deja vivir. 

viernes, 22 de agosto de 2014

Un paso atrás

Los polos nos indican en qué lugar nos situamos, norte o sur. Pero también el bando en el que nos podemos identificar, ¿positivo? O ¿negativo? Con los pasos atrás podemos hablar de lo mismo. Quizás ese paso atrás nos lleve a un lugar u otro, pero sabremos dónde estamos. Es curioso que solo nos acordemos de los cangrejos en estos momentos. Aunque también nos acordamos del porque de ese paso atrás. Pero, ¿por qué buscar culpables? La cuestión está en la sabiduría que ello conlleva. No quedarse en ese paso. Coger impulso. Valorar la situación. Qué tenemos. Seguir, como siempre.

El arcoíris bajo la lluvia. El agua fría, al entrar en ella. El fuego, sin quemarnos. La chuleta, antes de pillarnos. Mi cabeza, cuando no piensa. Un te quiero, en el momento adecuado. El resbalón, sin su caída. El error y su corrección. Las tres, la hora perfecta. El voleteo y su mariposa. La calabaza y su princesa. La hoja al viento. La sangre, en vena. El libro, sin páginas. El bueno y el malo. Lo positivo y lo negativo. ¿Quién decide qué es cada cosa? Pues tú. Tienes un pie por delante del otro. No dejes que paren. Qué continúen en la dirección que decidas. Adelante…

…atrás. 

lunes, 18 de agosto de 2014

Dame tres palabras

Aquella lección no la iba a olvidar nunca. Había pasado muchos años sin darse la oportunidad de comenzar a escribir su propia historia. Años, en los que se había dedicado a recopilar las historias de los demás. Como cuenta cuentos se había convertido en uno de los mejores, pero no dejaba de perder su propia capacidad de escribir la historia de su vida. Sin darse cuenta, dejó de tener nada que escribir. Tan solo vivía en el mundo de lo que leía. Tenía miles de amigos, pero ninguno le respondía. Su buzón, siempre vacio.

Seguía a la espera de aquel sueño. En el que se permitiría el lujo de ser él el personaje principal. De dejar que fuese otro el que narrase y reviviese las historias que él, estaba cocinando a fuego lento. Pero se le pasó el arroz, y ya no sabía cómo comenzar a dar forma a aquella bola de papel que había dejado en la papelera años antes de comenzar a vivir con Rufus, Antino, Peca, Luzma, y compañía.

 Pero allá arriba, en la parte más azul del cielo, comenzó a ver lo que necesitaba. Entre nube y nube, junto al deslumbrante sol, llegó la mejor de las ideas. Como una manzana caída del cielo, empezó a devorarla y se sentó al fin a una mesa. Estaba dispuesto a comenzar, lo único necesario, en muchas ocasiones, para conseguir y hacer realidad los sueños.

Escribió y escribió durante semanas. Entre litros de tinta bien extendidos sobre las blancas páginas no solo se encontraba él, estaban todos los amigos de los que había oído hablar de su propia voz. No solo se creyó la historia de los libros que algún día había leído, además les añadió la suya propia, la estaba viviendo. Era su vida, era la mentira que ganó. 

viernes, 15 de agosto de 2014

Mira como caen

Se puede escuchar como caen, y para ello le puedes poner diferentes sonidos. Suelen ser parecidas, pero aunque parezca mentira, son iguales. Están saladas. A veces, se contagian. Otras veces, te ríes de ellas, perplejo al ver y sentir como salen, gracias a una sorpresa, aunque no siempre son buenas. El dolor también habla con ellas para sacarlas a la luz, y entonces  caen.

Suelen ser detestadas. Te empequeñecen. Te muestran que tú también, sin saberlo, pides. Como cuando eras un bebe, y pedías a gritos que te cambiaran el pañal, que querías comer, o que el gilipollas de turno te estaba haciendo demasiadas perrerías. O tan solo, mostrabas a los demás que ese, o esa, no eran a quién tu conocías.

Sirven, queramos o no. Nos gusten o no, sirven. Te desatan de los problemas, te ayudan a afrontar e incluso te hacen estar como un niño, muy necesario en ciertos momentos. Y además, te muestran a ti mismo, como en un espejo, en el que ves el lado que te han dejado, ya sea malo o bueno. Y aprendes de ese lado negativo, para eliminarlo y volver al lado positivo de las cosas.

No soy partidario de ellas, pero cuando la verdad está ahí, no vale de nada ocultarla. Y esa es la verdadera ley que te permite mirar al frente y alzar la cara llena de lágrimas, porque mirar como caen, te hace más fuerte. 

jueves, 7 de agosto de 2014

La felicidad intranquilizadora

Y la poseyó. Así comenzó su andadura por las interminables llanuras de la felicidad. Ni siquiera sabía que todo aquello existía, pero ya lo estaba disfrutando. Creía que era suyo. Lo veía, lo tocaba, lo poseía. Se lo creyó.

Como un volcán en erupción, la lava caía por todas las partes de su campo de acción. Arrasaba con toda la tierra, hierba, árbol y ser vivo que se encontraba a su paso. Pero el tiempo pasó y todo se regeneró. Volvió, porque todo se transforma. La vida había crecido de nuevo en su ser. Estaba tan cercana y era tan suya, que tenía un nombre especial en cada rincón. Una acción, una experiencia.

Todo era nuevo, tan nuevo que se perdía entre los nuevos callejones. Entre las nuevas borracheras. Entre las nuevas cervezas. Donde antes había un semáforo, ahora había una rotonda. Donde antes había una casa, ahora había un bloque de pisos. Donde antes había un desierto, ahora había una pradera verde azotada por la suave brisa.

Y en esas, llegó. La caricia eterna. La brisa nocturna. La risa interminable. La contagiosa. El beso inaccesible. El sopor de la verdad. La mirada que encontró, y se lo creyó. La veía tan de cerca, que no se perdió. Esos ojos hablaban por sí solos y la mostraban a ella,  era la felicidad intranquilizadora. 

viernes, 1 de agosto de 2014

No eres tú, es mi soledad

Quizás nos equivocamos. Nunca estaremos totalmente seguros de nuestras decisiones. Siempre estamos pensando en lo que nos traslada cada una de nuestras respuestas, cada una de nuestras acciones, cada una de nuestras miradas hacía lo que queremos, a lo que de verdad somos.

Pero lo que de verdad no te hace equivocarte es la soledad. Siempre hay tiempo de dar oportunidades, pero nunca es buen momento para mentir al lado oscuro que te pertenece, el que te dice que no estás bien, pero que es mejor que estar solo. El miedo, ese lado tan temido y que tanto nos atenaza, y nos deja sin capacidad de respuesta. Nos amarga. Nos cierra puertas. Siempre impidiéndote crecer por ti mismo. Sin conocer la vida como nos gustaría.

Porque tener un ancla al lado, solo te permite conocer lo que hay en el puerto, o en alta mar. Ver a los mismos marineros, o los mismos tiburones que te dan una única visión de la vida. De padre, abuelo, bisabuelo, al nieto.

Si cierras los ojos y lo único que ves es miedo, tu ilusión, y tú estáis muertos. Y sí, el miedo no solo se disfraza de futuro, también lo hace de pasado. Cuidado con lo que veis al cerrar los ojos.

Y es que la capacidad de crecer no está en el otro lado de nuestro miedo a la soledad. Está en la capacidad de acelerar sin atropellar a nadie. Está en la capacidad de abrir las ventanas a otros mundos. ¿Dónde quedó la capacidad de preguntar y que te responda tu propio eco?

Que la mano estreche el aire que respiras, y que se aleje lleno de la felicidad que produce conocerte a ti mismo antes de que el miedo o la ilusión puedan contigo. Ser tú mismo y disfrutar la vida.