No sabía ni escribirlo. Así es como comenzó esta historia.
Hacía mucho calor cuando todo comenzó. Ella estaba sentada
delante de él. El silencio, a brazo y medio entre ellos, era el tercero en
discordia. Ni siquiera el chasquido de la lengua de uno de ellos era capaz de
escaparse a los labios del otro. La tensión aumentaba por momentos y lo único
que surgía eran minúsculas gotitas de sudor. De nervios. De más nervios e
inquietud.
Y sonó. La canción más tonta del mundo comenzó a sonar y los
unió. Ambos, como si se salieran de ellos mismos, comenzaron a cantar la canción
más horrenda del mundo. Pero tejieron las sonrisas más maravillosas que podían
existir en ese momento exacto. Unas sonrisas que pasaron a mirarse en el
interior, cuando ambos se unieron. La música era ya la banda sonora que te
introducía a una nueva historia. Al inicio de algo. Al final de otro algo.
Se trataba de sugerir. De surgir. De buscar. De escuchar. O
de amar. No lo sabían, pero lo que la música consiguió estaba escrito. Te acerca a la realidad que quieres vivir. A
todo lo que pensaste y nunca pudiste escribir. A todo los recuerdos que ya
habías olvidado. A las personas que más quieres, y a las que menos. A los que
no están. A los que llegarán. Pero sobre todo te hace volar. Y es que, desde
que nos acostumbramos a acallar el silencio con nuestras canciones favoritas,
suena ridículo eso de hablar con silencios.
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