martes, 8 de julio de 2014

Ridículo

No sabía ni escribirlo. Así es como comenzó esta historia.

Hacía mucho calor cuando todo comenzó. Ella estaba sentada delante de él. El silencio, a brazo y medio entre ellos, era el tercero en discordia. Ni siquiera el chasquido de la lengua de uno de ellos era capaz de escaparse a los labios del otro. La tensión aumentaba por momentos y lo único que surgía eran minúsculas gotitas de sudor. De nervios. De más nervios e inquietud.

Y sonó. La canción más tonta del mundo comenzó a sonar y los unió. Ambos, como si se salieran de ellos mismos, comenzaron a cantar la canción más horrenda del mundo. Pero tejieron las sonrisas más maravillosas que podían existir en ese momento exacto. Unas sonrisas que pasaron a mirarse en el interior, cuando ambos se unieron. La música era ya la banda sonora que te introducía a una nueva historia. Al inicio de algo. Al final de otro algo.

Se trataba de sugerir. De surgir. De buscar. De escuchar. O de amar. No lo sabían, pero lo que la música consiguió estaba escrito.  Te acerca a la realidad que quieres vivir. A todo lo que pensaste y nunca pudiste escribir. A todo los recuerdos que ya habías olvidado. A las personas que más quieres, y a las que menos. A los que no están. A los que llegarán. Pero sobre todo te hace volar. Y es que, desde que nos acostumbramos a acallar el silencio con nuestras canciones favoritas, suena ridículo eso de hablar con silencios. 

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