lunes, 23 de junio de 2014

La mirada apagada

La luz estaba apagada, como su mirada. No sabía si era un demonio o un angelito lo que le pasaba por la cabeza. Las idas y venidas de ideas descabelladas siempre eran su fuerte. Pero algo había cambiado: esa mirada.

Parecía que llevaba montado en la noria más grande del mundo toda la vida, y es que terminaba avistando, desde las alturas, los mismos lugares, igual de lejos. Pero el tiempo pasaba, y algo había cambiado: estaba apagada.

Sin cobertura y sin el tacto suficiente de las situaciones delicadas, algo explotó. No era más que un caballo desbocado hacía lo que siempre había ansiado; libertad. Era el ave fénix que resurgía de sus cenizas. Era la esperanza disfrazada de fantasma. Era la nostalgia violeta. Era él. Ese niño que un día dejó a medias un bocadillo de nocilla y que ahora desayunaba churros.

Y con los ojos cerrados, sin la luz suficiente para decidir, decidió.

Los pétalos de la flor más hermosa del mundo descansaban en el suelo. Jamás se levantarían de ahí. Estaban en su sitio. El viento decidió cual era. Y él, ese famoso engreído que luchaba contra sí, y a favor del viento, encontró el suyo. Agachó la mirada y decidió acoger en su ser cada uno de esos pétalos que la vida le ofrecía, y sonrió, tanto, que su mirada se apagó. 

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