Y me acostumbré a pasar sin huella. A llegar y seguir antes
de que la confusión mostrase mi realidad. Ser el reflejo de un espejismo que
tan solo ve el sediento. Como ese zumo que se exprime hasta caer la primera
pipa que dará paso a un nuevo jugo.
Más allá de las montañas, de los valles y las estrellas, la
imagen de quien no soy sobrevuela sin dejar caer un huevo que deje mancha en
nadie. Porque nada crece dentro de ese nadie sin el reflejo que proyectan las
mejores galas de alguien que no quiere quedarse.
La mentira de la llegada siempre es más impactante que la
verdad duradera. Y es que en todo principio hay una gran falsedad. Siempre hay
una causa y una consecuencia que no redundan en el conocimiento del otro, tan
solo en la presentación de lo que se quiere mostrar. Y solo el tiempo muestra
lo que se esconde debajo del sofá, la moqueta e incluso en el calcetín roto del
tercer cajón de la mesita de noche.
Toca viajar por un mundo de presentaciones en los que no
sobra ni un segundo más de la cuenta…
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