miércoles, 16 de julio de 2014

Maldito final

No estaba en su sitio. Nada lo estaba. Miraba a su alrededor y todo había quedado alterado. Y es que todo había comenzado. No quería darse cuenta, porque lo que tenía era tan distinto, como el comienzo pasado.

No estaba seguro. Estaba perdido en un mundo al que tanto se había acostumbrado, no ahora, no nunca, sí siempre.

Y estaba ahí. Como siempre. Era un final. Una decisión. Una promesa. Dejarse caer…

La fuerza de lo alterado siempre se mostraba en cada mirada en rededor. En cada segundo que no quería pensar. En cada momento en el que los ojos se cerraban y veía lo que guarda bajo llave. Miedo. El miedo se había apoderado. Las ganas de no sentir más se habían adueñado de algo que siempre vuelve. Y sí, había vuelto.

Ya lo tenía dominado, y se acercaba el final. Justo entonces se dio cuenta de que nunca se está maldito ante lo escrito. Pero era demasiado tarde, y esperó. Esperó tanto, que todo se desmoronó. Pero la caída no era suya, era interior. Y sí, una sonrisa y una pequeña congoja, habían acabado con los siglos de construcción. Había comenzado el principio de algo que nunca había acabado, porque ese día aprendió lo que más importa: las ganas de que nunca acabe. 

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