Estaba caliente. Acababa de tomarse un chupito que le daba
el calor suficiente. Ese calor que te deja celebrar la mejor de las noticias.
Y allí seguía todo igual. Era: el mundo de las buenas
noticias. En el que nadie, ni nada, dejaba de sonreír. Todo era tan bello que
hasta las flores se negaban a marchitarse. Pero, no todo es siempre perfecto.
Las tormentas suelen arrasar con sus distintas armas. Tormentas naturales.
Porque la naturaleza no es regular. No quiere siempre las mismas cosas. Cambia
de parecer y decide derrotar o dar oportunidades a diferentes opciones de vida.
Así es como acabaron las buenas noticias y llegaron las
noticias que comenzaban lanzando de sus ojos los mayores torrentes que nadie
había visto en décadas por su cabeza. Estaba mal. Todo se estaba transformando.
La gente corría aterrada entre los rayos que fulminaban a los que no querían
huir de sus lugares seguros. Estaban en medio, no podían desaparecer, pero lo
hicieron.
Y la calma llegó. Y acabó por dejar, una vez más, que todo
se regenerase. Como en todos los milenios. Las formas se moldean con el paso
del tiempo. Era lo único necesario para comenzar una nueva vista, en un mundo,
en el que las noticias, entraban y salían. Ya no había preocupación por las
noticias buenas, y las malas, no provocaban más lágrimas que gotas de sudor.
Se había trabajado duro en esa mina de carbón: oscura, fría
y solitaria. Y los frutos no daban ni calor, ni compañía. Pero estaba caliente,
acababa de tomarse un chupito que le daba el calor suficiente.
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