lunes, 23 de junio de 2014

La mirada apagada

La luz estaba apagada, como su mirada. No sabía si era un demonio o un angelito lo que le pasaba por la cabeza. Las idas y venidas de ideas descabelladas siempre eran su fuerte. Pero algo había cambiado: esa mirada.

Parecía que llevaba montado en la noria más grande del mundo toda la vida, y es que terminaba avistando, desde las alturas, los mismos lugares, igual de lejos. Pero el tiempo pasaba, y algo había cambiado: estaba apagada.

Sin cobertura y sin el tacto suficiente de las situaciones delicadas, algo explotó. No era más que un caballo desbocado hacía lo que siempre había ansiado; libertad. Era el ave fénix que resurgía de sus cenizas. Era la esperanza disfrazada de fantasma. Era la nostalgia violeta. Era él. Ese niño que un día dejó a medias un bocadillo de nocilla y que ahora desayunaba churros.

Y con los ojos cerrados, sin la luz suficiente para decidir, decidió.

Los pétalos de la flor más hermosa del mundo descansaban en el suelo. Jamás se levantarían de ahí. Estaban en su sitio. El viento decidió cual era. Y él, ese famoso engreído que luchaba contra sí, y a favor del viento, encontró el suyo. Agachó la mirada y decidió acoger en su ser cada uno de esos pétalos que la vida le ofrecía, y sonrió, tanto, que su mirada se apagó. 

viernes, 20 de junio de 2014

El curioso caso del revoloteo

El revoloteo se hacía notar en el interior. Rozaba con sus forzadas alas en todos los lados. Se erizaban todas las partes de su cuarto. Pero ni las murallas, ni la piel de erizo hacían daño al suave revoloteo. Volaba por encima de todas las cosas, lo veía venir. Y llegaba más lejos que nadie. Podía atravesar puertas, ventanas, pero estaba especializado en muros. Es un arte difícil de encontrar e imposible de practicar. Es una maldita debilidad que se escurre entre los peores pesares. Entre las cloacas de los sentimientos. Entra sin ser vista, deslizándose en la noche, entre las sombras de una vida que se acaba.

Mientras, en el otro lado del mundo. O en el otro lado de la habitación. O quizás en ninguna parte. Ese mismo revoloteo ha reaccionado en cadena, y ya huele las consecuencias. Recorre desde las alturas, sin mojarse en las aguas del deseo, toda la cuenca del río quiero y no puedo. Se estampa contra las paredes de una habitación encadenada. Atraviesa los sentimientos de por vida y siempre quedará el recuerdo grabado en los arañazos de unas alas que se aferran a la libertad de elegir.

Y ya van doscientas palabras, y otros tantos revoloteos, entre palabras y palabras, pero ninguno será más positivo que el que se produce entre la mirada encontradiza de dos personas que nunca creyeron en el destino de volar juntos. 

viernes, 13 de junio de 2014

Ocultarse

¿Hasta qué punto estamos dispuestos a dejarnos ver? Si nosotros mismos no sabemos quiénes somos, qué somos capaces de hacer, o hasta dónde nos podemos arrepentir de decisiones erróneas, ¿cómo saber lo que mostrar?

La naturalidad creo que es la mejor virtud que una persona puede tener. Mostrar lo que sale, sin falsas esperanzas de alguien que vive en ninguna parte. De una sonrisa que tan solo unos ojos incrédulos vieron fugazmente.

La vida suele pasar en esos rayos de luz que se dejan entre ver en una borrachera, ya sea de sinceridad o de litros de paraíso. En el sinsentido de alguien que se deja atrapar por la verdadera fiesta de cada noche. En la grabación de alguien que se muestra como no es. En el dulce sueño que esperaba el deseoso cansancio. En la vertiginosa persecución de la nueva chica favorita.

En el ojo del huracán, dónde ya nada importa, cuando lo has visto todo, ¿para qué ocultarse?

martes, 3 de junio de 2014

¿Qué esperas?

Una pequeña nota de amor rompía la piedra más hermosa del mundo. La espada salía del agujero que había causado esa sensación anterior, y que se derramaba entre grandes ríos de oscura viscosidad. El aire se impregnaba de las caricias entre dos jóvenes amantes. El arte del engañoso placer hacía volar, cual papelina, las horas de dos creyentes. Los besos se sucedían como cascadas de sabiduría. Todos podían contemplar con los ojos vendados la verdadera delicia de abrir y cerrar.

El momento no dejaba de ser el mismo. Ese que no acaba entre el bien y el mal. Ese que se queda estancado entre melodías en tus oídos de recién enamorada. La miel sobresalía entre todas las cosas. El dulce sabor a promesa. La falsa mentalidad del comienzo. Y todo rodó hacía un destino escrito.

Él, ella. La verdadera cara del amor llegó el día menos esperado. Tenía muchas, y todas se convirtieron en piedra. Chocaron entre ellas, no se rompieron, tan solo cambiaron de dirección y volvieron a chocar con otras piedras en el camino. La historia de nunca acabar. La historia del amor. 

domingo, 1 de junio de 2014

Ni un segundo más de la cuenta

Y me acostumbré a pasar sin huella. A llegar y seguir antes de que la confusión mostrase mi realidad. Ser el reflejo de un espejismo que tan solo ve el sediento. Como ese zumo que se exprime hasta caer la primera pipa que dará paso a un nuevo jugo.

Más allá de las montañas, de los valles y las estrellas, la imagen de quien no soy sobrevuela sin dejar caer un huevo que deje mancha en nadie. Porque nada crece dentro de ese nadie sin el reflejo que proyectan las mejores galas de alguien que no quiere quedarse.

La mentira de la llegada siempre es más impactante que la verdad duradera. Y es que en todo principio hay una gran falsedad. Siempre hay una causa y una consecuencia que no redundan en el conocimiento del otro, tan solo en la presentación de lo que se quiere mostrar. Y solo el tiempo muestra lo que se esconde debajo del sofá, la moqueta e incluso en el calcetín roto del tercer cajón de la mesita de noche.

Toca viajar por un mundo de presentaciones en los que no sobra ni un segundo más de la cuenta…