En una sombra encontraba mi parte más íntima, esa que refleja el escudo de lo que tienes, gracias a la claridad que aquella sonrisa regalaba a los mortales.
Sentado en esa parte en la que tan solo tu cuerpo decide quedarse, me evaporé para volver a aquella playa en la que tu melena y las olas se mecían en la misma medida en la que yo no me dejaba atrapar. Allí es donde querías que todo se aclarase, pero en ese momento llegaste a la conclusión de que habías empezado con un rincón que ya estaba ocupado, y decidiste remaquillar una sombra que tan solo se había dejado ver en aquella maldición que te regala la bendición del bienestar.
Enfrascada en la medida de lo corriente te habías montado en aquella subida de energía que tan solo te regala lo nuevo. Pero resultó que lo nuevo llevaba demasiado tiempo agarrado al paso del tiempo. Aunque seguía regalando una sabiduría que se quedaba pequeña al lado de una grandeza que surgía en el estrecho lado que hay entre lo que puede ser y no será. Ahí, entre un fuego enemigo, llegó el de la venganza. Y dejé que mi sombra se levantase para luchar contra lo que nunca había perdido, porque estaba decidido a quedarme con aquella parte que siempre está presente en el mareo fulgurante de empezar a cocinar. Y puse un poquito de cada cosa; derramé una lágrima por los dos, una media sonrisa, esa mirada esquiva, aquel abrazo que intentaba asegurar que todo estaba bien, pero no tenía ni el apellido de lo que ambos sabíamos hacer con ese momento de unión, y por supuesto, puse aquella parte tan íntima y algo chamuscada por intentar quemarla estando tan fría, y ahí, decidí que tenía que matarte antes de empezar.
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