Miraba como una hoja de papel sobrevolaba la calle. Pasaba hecha una bola sin detenerse, haciendo alusión a su vida. Y es que, últimamente las personas tan solo se deslizaban por sus sentimientos sin que éstas arraigasen o crecieran, como si un árbol de hojas perennes se destruyese.
Conoció ramilletes enteros de historias que crecían desde las tinieblas, y que se desplomaban en marismas. Arrastraba por el barro todo tipo de melodías, que dejaban de sonar ahogas entre gritos de guerra por la independencia de un corazón indomable. Se alejaba de lo más íntimos destinos para quedarse en las más antiguas de las travesías, aquellas que te matan en la tristeza del pasado. Se miraba de arriba a abajo en el momento en el que necesitaba saber quién era. Necesitaba una imagen para poder identificar los sentimientos con la vida. Había perdido esa pequeña sonrisa interior que tan solo la ilusión de una gota de felicidad sabe regalarle a uno mismo. Había crecido esa cuantiosa agonía por la libertad de una vida perdida. Y había comenzado una agónica carrera por tener, en lugar de ganar.
Pero en un chasquido saltaron por los aires todo los desperdicios de unos meses. Se iniciaron hogueras por todo el cuerpo que eliminaron los restos de una oscuridad, ahora iluminada de nuevo por el fuego del placer. Por el fuego del poder y del deseo. Por un fuego que se encontraba en la parte más endiablada de la vida. La que no da tregua. Esa que sin querer empieza para destruir más que nunca, y enredar todo los principios en una historia que se encuentra en el momento de parar, mirar y para nada asimilar. Así, solo se dejo llevar al frente.
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