Aquella luz comenzaba a transformar cada sombra en pequeñas
luciérnagas. La alergia a esa luz comenzaba a evaporarse. Y la lluvia caía en
la carretera borrando las huellas de todas aquellas decisiones.
Así comenzaba otro momento más de su vida. Porque ya no
estaba. Había cambiado algo en su mirada. Quizás fuese el brillo. Quizás fuese
la oscuridad. Pero la forma en la que apreciaba lo que veía acababa de
transformarse.
Sentía esa grisácea intuición que se tiene en el momento que
algo no está. En ese pequeño y duro instante en el que se borra la sonrisa y se
dibuja esa cara que no está viendo más allá de su recuerdo. Es ese egoísmo que
acaba de acordarse de que en el pasado había algo que necesitaba, y decide que
ahora sería un buen momento para revivirlo.
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