Siempre se quejaba de la soledad. Pero había decidido que en
aquella soledad, en aquella en la que tanto le gustaba quedarse, en la que
hasta el frío se le calaba hasta no poder dormir despierto. Allí, justo en el
momento en el que lo estaba pensando, pasó. Acababa de entrar en diciembre y
respetaría aquel mes por todo lo que conllevaba y decidió darle a él y solo a
él, el privilegio de ser el único.
Era el único en el que podía despedirse antes de poder dar
la bienvenida. Era el único en el que dejaría que el frío lo congelase por
poder disfrutar en la calle de aquel apretón de manos. Era el único con el
poder de sacar el sol por la mañana para derretir a la noche. Era el único en
el que pensaría antes de que todo se acabase. Era el único que le permitía
volver a todo lo anterior. Era el único en el que se presentaba la ocasión de
ver la vida, aquella que siempre era tan oscura, ahora de blanco.
Y es que pasear en diciembre es la oportunidad de descubrir
y a su vez de volver. Como en una máquina que sube y que baja en el tiempo.
Ahora tienes tres años, ahora tienes sesenta y tres. La cuestión es que siempre
le das la oportunidad a este mes. Porque siempre sabes que todo irá bien, que
ni el frío será capaz de desaprovechar tus capacidades. Que esa blanca navidad
siempre se cumple, nieve o no, porque llega el nuevo propósito. Y todo se
olvida. Diciembre es el mes. Y tú eres mi oportunidad.
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