Silencio quería formar parte de todo aquello. Aquel significado que distinguía entre estar y salir. Quería desarrollar la forma en la que todos brillan. Se quería olvidar de todos los que hablaban. Comenzaba a sentirse despejado en el camino recto. Y allí andaba aprendiendo de lenguas distintas lo que significa el silencio de un interior que siempre anda a gritos. Siendo él mismo. El cabrón que no se cansaba de bromear con todo a su alrededor. No necesitó atravesar el río nadando y atragantándose con ginebra. Sobre-volaba las piedras con una carcajada que elevaba el criterio del silencio.
Lo había realizado. Lo había acallado. Lo había ganado en el hueco que habías dejado. Estaba llegando, entre momentos, aquel silencio que hablaba por él mismo. No hacía falta escucharlo hablar, con un segundo se podía beber esa energía. Allí, y solo allí, en el encuentro por lo nuevo, en el encuentro con el choque de culturas, descifró como esa fortaleza te hace crecer en un minuto millones de años. Esos años que creía estar perdiendo en tan solo unos meses. Y es que, esos pasos que daba no recorrían metros, estaba pasando por kilómetros que hacían que todo fuera más grande: él, su vida, una experiencia sin igual y el poder hablar por un hombre futuro al que aún no conocía.
En aquel silencio sacó la cabeza para coger aire y cubrir de oxígeno su mente. Una mente clara, que sabía que nunca abandonaría sin crecer en aquel acallar de sentimientos.
Y siguió, y sigue…
Definición gráfica una vez conoces Albert Dock (negro) y Liverpool (rojo), por Aitor Cabero
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