Siempre
sabes cuando no es el momento de algo. Porque esa terrible sensación de
desesperación por lo que haces se derrite en lo irresistible de romper las
barreras de la realidad. Ese es el instante exacto en el que el acto que haces
es el más importante de tu vida. Y lo peor es que normalmente sale bien. Así
son los actos en sí. Miran por sí mismo, como nuestro más profundo egoísmo.
Pero, los actos, al igual que la mierda, traen más actos.
He aquí las
consecuencias, como vil hienas que atacan a la presa más débil, o incluso los
desperdicios de lo que quedo de aquello que un día fue grande. Aquello que un
día tomó la decisión correcta en el momento exacto para cagarla. Así es la
vida, te da los momentos más importantes en el presente, porque el futuro no es
tuyo, es de las hienas.
Pero siempre
queda ese halo de esperanza, aquel que se esconde en las tinieblas del que no
quiere ver más allá de su propia ineptitud.
Aquel que
dijo que nunca haría aquello con lo que acabará ganando la batalla de su vida.
Aquella que subestimó el poder de la seducción al final del callejón. Justo
donde acababa su parte oscura, una luz se disfrazó de bendición, y llegó a su
vida lo mejor que nunca tuvo. Lo nunca conocido, y triunfó el mal, aunque eso
nadie lo sabía.
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