El agua estaba fría como solo podía estar en una mañana de
invierno. El hielo brillaba por su ausencia, y la escarcha dejaba entrever que todavía
quedaba algo de calor en ese dulce lugar montañoso.
Un rallo de sol iluminaba lo que podía ser una alcoba recién
ordenada, pero también podría ser el cuarto de juegos para cualquier acaramelada
pareja, en la soledad de la noche. No obstante, era de día y los juegos
quedaban en la necesidad de la oscuridad. Las sombras desaparecieron con el
primer nombramiento del día, y las voces y las risotadas dejaron paso a una celebración
que no daba lugar a dudas, llegaba un nuevo miembro a la familia.
Necesario, así se llamaba ese nuevo inquilino en una familia
huérfana que estaba sedienta de una nueva savia que diese lugar a nuevas
aventuras. El milagro de la felicidad se escondía tras una novedosa cara
desconocida. Una revelación que quedaba tras el principio de algo que no tenía
porque acabar.
Las fiestas se sucedían y el alcohol caía como arroyos en el
deshielo. Todo se sucedía tan rápido que nadie podía aguantar el ritmo de
Necesario y las celebraciones ya estaban agotando a todo el vecindario. Los
carteles de molestias y de prohibición
llenaban las calles y toda la familia decidió reprimir aquel comportamiento tan
distinto de una comunidad en paz.
Necesario, quedó solo, sin familia, sin fiestas, sin
alcohol, pero todo aquello no le importó, tenía lo más importante, tenía lo que
queda tras el final…
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