Hay un lado de nosotros mismos que se queda siempre en el camino de lo que debería. Como esa luna que sale antes de tiempo, pero que el sol no deja ver, pues no es su momento. En ese tiempo insustancial en el que nuestro lado no sabe actuar, es cuando se pierde. Quedamos en un limbo en el que no sabemos responder a las necesidades del ahora, y el tren se va. Una cara de tonto, y quizás una lágrima, un cambio, y el mundo vuelve a girar.
Hay una vida que no sabe respetar los tiempos. Que deja que todo vaya en un sin sabor de emociones. En el que no hay luz que sepa adaptarse a aquel callejón oscuro en el que todo ocurrirá. La mariposa se posará en el cielo azul, sin nubes, sin estrellas, con la esperanza de ser ella. Pero siempre se quedará con la espesa sensación de que el viento tiene su propia felicidad. Arrastrará hojas, de punta a punta, sin descanso, sin comprender de dónde procedieron, y qué buscaban. Ellas se dejarán llevar, hasta que la fuerzas fallen, y entenderán que en el camino se aprende más que en las ramas de la sabiduría.
Sí fuéramos conscientes, dejaríamos que el tiempo se nos pasase. Que los huesos doliesen. Que el alma llorase, y que la vida respondiese con un grito ahogado. Y entonces, solo entonces, nuestro eco nos haría llegar la llamada de auxilio que todos necesitamos para emprender la verdadera búsqueda de lo que necesitamos…
…nuestro propio camino.