Cuando no debes hacer algo. Y comienzas por hacer ese algo.
En ese instante te das cuenta de que la fuerza interna es muy poderosa. Tanto,
que te engaña y te embauca entre lo que debes y lo que finalmente terminas por
hacer.
Así es como comienzan las aventuras. Haciéndolas. Te embarcas en un vuelo sin destino y comienzas
una nueva vida. Y que al término de los días, no dejará de ser más que una
anécdota. Otra aventura más para esos nietos que te escucharán, sí los móviles
dejan de existir para entonces.
El caso es que las
aventuras están para disfrutarlas. Para comenzarlas con una sonrisa y terminarlas
con unas lágrimas. Sí, porque las alegrías se multiplican al cambio con la
tristeza. Pero en el más por más siempre te quedarán mil y un amigos.
En ese entremundo de decisiones inacabadas se encuentra el
deber. La necesidad de ser alguien. Tu propia marca corporativa. Esos valores
que son los únicos que pueden luchar contra la fuerza que nos invita a deshacernos
de cadenas y dejarnos vivir las anécdotas de juventud. En las que te equivocas,
más que aciertas. Pero las únicas que se pueden vivir en el ahora, y no en el
después.
Quizás no debía, pero mientras llegaba la hora de narrar
historias las estaba viviendo.