lunes, 15 de septiembre de 2014

No debía

Cuando no debes hacer algo. Y comienzas por hacer ese algo. En ese instante te das cuenta de que la fuerza interna es muy poderosa. Tanto, que te engaña y te embauca entre lo que debes y lo que finalmente terminas por hacer.

Así es como comienzan las aventuras. Haciéndolas.  Te embarcas en un vuelo sin destino y comienzas una nueva vida. Y que al término de los días, no dejará de ser más que una anécdota. Otra aventura más para esos nietos que te escucharán, sí los móviles dejan de existir para entonces.

El caso  es que las aventuras están para disfrutarlas. Para comenzarlas con una sonrisa y terminarlas con unas lágrimas. Sí, porque las alegrías se multiplican al cambio con la tristeza. Pero en el más por más siempre te quedarán mil y un amigos.  

En ese entremundo de decisiones inacabadas se encuentra el deber. La necesidad de ser alguien. Tu propia marca corporativa. Esos valores que son los únicos que pueden luchar contra la fuerza que nos invita a deshacernos de cadenas y dejarnos vivir las anécdotas de juventud. En las que te equivocas, más que aciertas. Pero las únicas que se pueden vivir en el ahora, y no en el después.

Quizás no debía, pero mientras llegaba la hora de narrar historias las estaba viviendo. 

lunes, 8 de septiembre de 2014

No es el momento

Nunca lo es. Sí lo piensas bien, nunca lo es. ¿Por qué deberíamos esperar ese momento? Sí ya sabemos que nunca lo es, será mejor aprovechar lo que se presente. En el ahora, sin el momento de mañana.

Quizás ésta sea una de las mayores razones por las que perdemos siempre.

Siempre pensamos. El alcohol no lo hace. Es la llave a puertas de todo tipo. Pero el noventa por cierto de ellas están cerradas en el día a día. Ocultas ante la salvedad de una claridad que nos ofrece la protección necesaria para tirar la llave al río.

Repito una y otra vez esos “siempres”, esos “momentos”, pero nunca es lo mismo. La forma de abrir el alma está en repetir que siempre será lo mismo para buscar su opuesto. Para buscarte a ti.

Esto debería de comenzar con música, suave, como la caricia que te espera. Sin embargo, empieza con silencio. Con el silencio de una mente resacosa, que solo ve el zumbido del viento. Del viento que deja un pensamiento que pasa demasiado rápido. O, ¿quizás era un recuerdo?

La cosa es que comience. Sin momentos.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Las tenía guardadas

Siempre relucía ese preciso y precioso brillo en el mismo momento. Sus ojos volaban a otro lugar, no veían lo que miraban, sin embargo veían lo que querían vivir.

Y así, sentada en aquel parque, mientras recibía las caricias de una suave brisa, admiraba un estanque en el que las pequeñas burbujas eran el síntoma de la vida. En el que los pequeños gorjeos penetraban en sus oídos a la vez que se cortaban entre el picoteo de una pequeña hogaza de pan. Los silbidos, también estaban presentes, aunque no siempre para el mejor amigo del hombre. Y así es como ella desapareció.

De pronto estaba en otro lugar. La oscuridad se adueñaba de su atrofiada capacidad de visión. Estaba en aquella maldita habitación. Llevaba tiempo sin volver. Pero volvió a caer. Estaba delante de él, cuando esa voz, aquella maldita voz que solo ella podía escuchar, la llamó. No sonó ningún nombre, no era preciso, estaban ella y él. Él y ella. Y entonces volvió a desaparecer, pero no por completo, se perdió la parte que él se llevó durante dos eternos minutos. La dejó sin aliento, la dejó sin identidad.

Volvió a abrir los ojos y se encontró desnuda. Estaba en la cama, su cuerpo no respondía, parecía destrozada, pero su mirada y su sonrisa, no engañaban a nadie. Podría haber gritado: ¡felicidad! En ese mismo instante, pero tampoco tenía esa capacidad que le permitía hablar por los codos. Solo le quedaba vivir en ese instante.

Y sin ver nada más, lo supo, las tenía guardadas. Aquellas malditas ganas de volver a sentir de verdad. Las ganas de quedarse sin aliento y escuchar su nombre como solo él sabía pronunciarlo.