Como una bandera que remarca lo
que nunca debiste hacer, y por supuesto lo que nunca vas a repetir. No deja de ser la simbología que
debe de dominar nuestras vidas. Lo difuso de los hechos se pierde en el tiempo,
hasta el dolor. Pero los símbolos siguen siempre con nosotros. Son como una
piedra de choque que nos muestran el camino; ante nuestra debilidad.
El blanco impoluto no me define,
pero sí me demuestra lo que de verdad se puede ser. La viva imagen de eso por
lo que luchas, de eso que defiendes, y sobre todo, el sueño de futuro. El sueño
de toda una vida.
La vida de un niño que remarca en
un árbol un corazón por el que se siente más ilusionado que nunca, por el que
pierde hasta las tardes de juegos con su mejor amigo. Por el que pierde la
merienda de ese bocata de nocilla que con tanto esmero le prepara su madre, y
que tanto le gusta. No le importa perder, es un niño y los niños se dejan
llevar por lo que más aman, por lo que se ilusionan y lo muestran en cada
mirada, en cada lágrima.
Es la hora de ser un niño
infeliz.
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