Un día
cualquiera. Un lugar cualquiera. Y una mirada perdida que busca en su nublada
lluvia de ideas, algún color con el que identificarse.
Esta mirada
tiene claro cuál es su tono de colores, blanco y negro. Toda una paleta de
colores grisáceos de los que disfrutar a partir de ahí.
Lo bonito de
esta gama de colores es que no sabes cuál tocará en tu día a día. Nada tiene
que ver con el color de las nubes. Aunque esto, nunca se sabe.
En cierto
momento y en cierto lugar, esa mirada perdida deja de buscar entres sus
pensamientos para encontrar entre los rayos del sol más deslumbrante. A partir
de aquí toda una vida queda por delante, con el color como tono y forma de
vida. Ya nada depende de ese blanco o negro, el color inunda la vida de una
paleta que hasta entonces había estado iluminada por los pareceres de una vida
insulsa.
Se acabaron
esos días que dependían del color de las nubes. Aquellas que sobrevolaban una
cabeza vacía de pensamientos. Ahora en tu mente solo quedan cartuchos de
recarga infinita, con la mayor gama de colores posibles.