Las lagañas encarcelaban a
sus cada vez más diminutos ojos. Se
perdían entre visiones de oscuridad y ráfagas de una tímida claridad que
arremetía contra sus párpados. Al principio no parecía más que un sueño que quería
despertarlo. Tan solo eran rápidas visiones de oscuridad. El cansancio pareció
haber desaparecido y sus rugosos dedos destrozaron las lagañas para dejar
entrar la luz. Ese movimiento la asustó. Él llegó a verla, fue un instante, una
centésima de segundo, pero la vio.
Cuando ya pudo ver la realidad
reflejada en el bostezo que daba, se dio cuenta del problema que acaba de ver
en casa. No es algo agradable de ver al despertar, aunque supo acometer la
tarea que le planteaba el día.
La noche llegó antes de lo
esperado. Entre idas y venidas, había pasado la tarde fuera de casa. Al llegar
encontró algún jarrón roto, lo que hizo que se impacientara aún más.
Se fue a la cama con la sensación
intranquila de quien quiere estar al pie del cañón durante una batalla decisiva
para el transcurso de un país. Antes de que se diese cuenta las lagañas habían
vuelto a su cara, aunque el despertar fue mucho más tranquilo que el anterior.
Un salto lo hizo aparecer en la realidad de un nuevo día. Bajó rápido y fue
directo a la trampa. Victoria. Allí estaba en la jaula que tanto había tardado
en encontrar. Al verlo chilló y arremetió contra los laterales metálicos, pero
ya no podía salir de allí. La casa estaba a salvo y la incursión del roedor no
duró mucho.
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