A la orilla de una playa desierta habían llegado tras un naufragio algunos sentimientos perdidos. Una fatal tormenta había acabado por completo con aquel crucero en el que se habían embarcado algún tiempo atrás.
Se habían derrochado ríos de champan y celebraciones en aquel viaje, en el que todo sabía a paraíso. Incluso había un arcoíris permanente que daba paso a la calma en cualquier atisbo de tempestad. Había un diseño de corazones que había hecho famoso el: “viento en popa y a toda vela”. La brújula tenía como norte una noche estrellada, y cometas que se aseguraban de que todo fuera perfecto. Incluso el alcohol era de un rosita intenso que dejaba marcado cada beso con la pasión que solo unos sentimientos encontrados pueden dar.
La tormenta. Ella siempre martillea el itinerario de todo. Y a la deriva quedaron varados algunos sentimientos que no podían dejar aquella resaca. Pero solos, sin encontrar una bendición en el horizonte, se dejaron caer. Crearon en la arena algún intento de pedir auxilio, pero todo quedaba ahogado en la nada. Era la hora de luchar contra todo.
Cocos, más tormentas interiores, e incluso hambre, hicieron que los sentimientos creasen su propio nombre, y orden. Había importancia por los pequeños detalles. Había una responsabilidad por cada segundo. Había un saber ser.
Pero a las orilla de la playa también llegó un cielo azul. Un bote sin lujos, ni resquicios de paraíso, aunque igualmente salvando aquella vida.
Y comenzó a creer en lo que un día estaba perdido.