La permanente lluvia caía sobre aquel individuo que tan solo empapado conseguía descubrir la mejor idea. Éstas, como si siempre fuese de noche, caían en forma de estrellas fugaces. Tan solo las podía descubrir en aquel momento en el que no estaba lúcido. Ese en el que la nota que escuchas silencia todo lo demás, para evadir el mundo en un segundo. En ocasiones no aparecían en años. En esos periodos de sequía cualquier iluminación podía parecer jugosa ante la sed del caminante. Pero lo cierto, es que en esos periodos solo se creaba un silbido en el que se alejaba la preocupación por el futuro.
Quizás nadie sabía de aquella noche. Quizás nadie supo que había que mojarse para descubrir quién había detrás de aquella cortina de humo. Quizás y solo quizás se encontraron en la seducción del que lleva mucho sin ideas.
Y cómo sí quisieran huir de aquella iluminación, desaparecieron. Dejo de importar la lluvia. Dejo de importar el silencio. Y dejo de importar su persona. Lo habían raptado. No había más estigmas que el que se imponía desde aquella brujería. No veía más allá de lo que aquella voz quería vivir. Se había perdonado dejar de ser el iluminador del cielo. Se había convertido en un arcoíris tras una sequía, algo inexplicable. Había perdido aquella lluvia que lo hacía vislumbrar esas estrellas fugaces, pero aquel corazón había decidido dejar de creer en ellas, y por sí solo bombeo sin pensar para no volver a caer en ideas que no la veían más allá de una sombra.
Sin ideas, pero con el pecho lleno de momentos, creyó en el siguiente paso hacia delante.
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