miércoles, 19 de agosto de 2015

El sueño despierto

Perdido intentaba caminar por una mirada infinita. En ella no se dibujaba más que la insensata oscuridad del que no quiere ver. Una línea marcaba el paso difuminado de los sueños. Y esa vieja clasificación en la que algunos adquieren realidad hasta cumplirse, mientras que otros, se quedan vagando por un subconsciente que los dejará en el lado oscuro de la luna. 

La enorme diferencia que los unía era la misma semejanza que los buscaba: el placer de volar. Un placer que se repartía entre las personas que tenían la capacidad de cerrar los ojos para ello, y las que preferían hacerlo despiertas. Esas personas que en lugar de olvidarlo, o preguntarse qué fue aquello que creyó vivir, decidía buscar una vez terminado el deseo. Personas que no perdían la capacidad de seguir con esa mirada perdida para poder alumbrar el escenario perfecto y así poder volver a vivir en forma de realidad, una antigua y lejana experiencia imaginaria. Personas creyentes. 

Pero te encontré entre las que cerraban los ojos por la noche para vivir algo ya olvidado. Te encontré en las rarezas de un sueño que suele repetirse entre las personas que no creen. Supe que habías olvidado lo que era despertar con la sensación de haber realizado algo, en lugar de haberlo perdido. Te vi entre las personas que sueñan con los ojos cerrados y por eso te desperté. Solo quise que caminaras conmigo alejada de las tinieblas, y pudieras disfrutar de la luz que desprende la mirada que vive un sueño. 


El fogonazo al despertar de cualquier sueño, por Aitor Cabero 

miércoles, 12 de agosto de 2015

En aquel silencio

Silencio quería formar parte de todo aquello. Aquel significado que distinguía entre estar y salir. Quería desarrollar la forma en la que todos brillan. Se quería olvidar de todos los que hablaban. Comenzaba a sentirse despejado en el camino recto. Y allí andaba aprendiendo de lenguas distintas lo que significa el silencio de un interior que siempre anda a gritos. Siendo él mismo. El cabrón que no se cansaba de bromear con todo a su alrededor. No necesitó atravesar el río nadando y atragantándose con ginebra. Sobre-volaba las piedras con una carcajada que elevaba el criterio del silencio. 

Lo había realizado. Lo había acallado. Lo había ganado en el hueco que habías dejado. Estaba llegando, entre momentos, aquel silencio que hablaba por él mismo. No hacía falta escucharlo hablar, con un segundo se podía beber esa energía. Allí, y solo allí, en el encuentro por lo nuevo, en el encuentro con el choque de culturas, descifró como esa fortaleza te hace crecer en un minuto millones de años. Esos años que creía estar perdiendo en tan solo unos meses. Y es que, esos pasos que daba no recorrían metros, estaba  pasando por kilómetros que hacían que todo fuera más grande: él, su vida, una experiencia sin igual y el poder hablar por un hombre futuro al que aún no conocía. 

En aquel silencio sacó la cabeza para coger aire y cubrir de oxígeno su mente. Una mente clara, que sabía que nunca abandonaría sin crecer en aquel acallar de sentimientos. 

Y siguió, y sigue… 

Definición gráfica una vez conoces Albert Dock (negro) y Liverpool (rojo), por Aitor Cabero