Perdido intentaba caminar por una mirada infinita. En ella no se dibujaba más que la insensata oscuridad del que no quiere ver. Una línea marcaba el paso difuminado de los sueños. Y esa vieja clasificación en la que algunos adquieren realidad hasta cumplirse, mientras que otros, se quedan vagando por un subconsciente que los dejará en el lado oscuro de la luna.
La enorme diferencia que los unía era la misma semejanza que los buscaba: el placer de volar. Un placer que se repartía entre las personas que tenían la capacidad de cerrar los ojos para ello, y las que preferían hacerlo despiertas. Esas personas que en lugar de olvidarlo, o preguntarse qué fue aquello que creyó vivir, decidía buscar una vez terminado el deseo. Personas que no perdían la capacidad de seguir con esa mirada perdida para poder alumbrar el escenario perfecto y así poder volver a vivir en forma de realidad, una antigua y lejana experiencia imaginaria. Personas creyentes.
Pero te encontré entre las que cerraban los ojos por la noche para vivir algo ya olvidado. Te encontré en las rarezas de un sueño que suele repetirse entre las personas que no creen. Supe que habías olvidado lo que era despertar con la sensación de haber realizado algo, en lugar de haberlo perdido. Te vi entre las personas que sueñan con los ojos cerrados y por eso te desperté. Solo quise que caminaras conmigo alejada de las tinieblas, y pudieras disfrutar de la luz que desprende la mirada que vive un sueño.