Hacía mucho tiempo que no miraba así. Había perdido tal
sensibilidad por las cosas positivas que todo se había convertido en algo tan
simple como la oscuridad. Ésta, al contrario que la claridad, no tiene nada que
esconder, se estila en el lado más sensible de ti mismo. El más fácil de
encontrar, por el que no tienes que luchar y ni mucho menos, por el que no
tienes que mentir.
Y es que aunque pensemos en darle prioridad a una de las
partes, la verdadera, la que nos identifique saldrá. Porque es lo que somos.
Por mucho que nos intenten cambiar. Por mucho que nos quieran enseñar que lo
más fácil de descubrir se encuentra encerrado bajo llave, porque siempre es
malo. Qué si quiero luchar por ser el caballero blanco, acabaré siendo el
caballero negro. Que no se puede forzar, porque al final te rompes.
Alguna vez me dijeron que serían mi “pétalo de luz”, pero se
marchitó. Como todo. La oscuridad es clara y no quiere nada que no esté de su
lado. Nada que no quiera lo que ella quiere. Así es como llegamos a la soledad,
oscura o clara, nos la encontramos para apreciarla, porque no es mala, no es
buena, es. Eres.
Y en aquella encuentras algo que nunca tuviste; amigos de
una noche. Y en aquella coges lo que nunca habías cogido; una oportunidad. Y en
aquella; te marchas. Y allí estaba algo que no buscaste, que no esperabas, y
que sin embargo te cambió. Era aquella salida hacía el lado claroscuro.
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