Empezó escribiendo el final. Quería vivir una nueva historia
sin saber cuándo empezaría. No sabría cuando iba a estar viviendo el momento
más feliz, ni el momento más triste. No quería entender porque daría el primer
beso en aquella subida o en esa otra bajada. No quería tener que esperar nada
de lo que iba a suceder, mientras lo pudiese vivir.
Así lo comenzó a crear, desde el barro. Con la cabeza puesta
en como quería que fuese ese punto al que nunca queremos llegar, pero que al
final se descubre en el peor momento, o en el mejor, pero el inesperado cuando
comienza algo. Y por ello, comenzó por la parte de atrás, la que menos gusta, a
la que le falta luz para iluminarnos con la mejor decisión, por eso, ya la
tendría escrita.
Pero necesitaba algo más. El escenario sería innecesario. La
persona también. Solo necesitaba la idea. Esa idea tendría que estar encantada
para que lo fuese todo y a la vez nada. Para que cerrase todo con una simple
palabra, pero a la vez no dijese nada de todas las anteriores. Tendría que ser
como el cristal impoluto que te refleja todo, pero no te dice nada que no
quieras ver. Y entonces lo vio, sabía que es lo que necesitaba.
Y así comenzó a construir a alguien nuevo. No mejor, quizás
peor, pero alguien que no había existido antes. Alguien para vivir lo que no
había pasado por aquella descontrolada carrera. Una construcción con pies de
plomo, y cabeza de pájaro, con alma de voluntario y corazón de hielo. Alguien
al que ya no se le llamaba por su nombre. Alguien que ya no era nadie.