Como en las mejores películas suena una preciosa sonrisa en
la habitación. No es más que una pequeña jovencita que ni si quiera habla. Pero
dice mucho más que todos los demás. Representa todo de una forma clara y concisa.
Muchos deberíamos aprender de la más sana juventud para hacernos entender. En
un momento delicado, muchos callan. Otros mienten. Algunos huyen. Hay quien
dice la verdad. Pero ella llora. Se destroza algo por dentro que le dice que
eso está mal y lo expresa sin rodeos. Lección aprendida.
Pero hay algo mucho mejor que eso. Y son las cosas que le
gustan. El gusanito de turno. Las caricias por su delicado y suave cuerpo. Las
cosquillas. Su chupete. Que la mimen. Que la lleven a la calle. Cuando algo de
ello le falta, ella pide más. No pregunta. No quiere el permiso de nadie.
Quiere lo que le gusta y lo pide sin más. No da rodeos. Lección aprendida.
La sonrisa ilumina su rostro cuando tiene lo que quiere, lo
disfruta y lo demuestra alegrando a todos los que la rodean. Es un tesoro en
bruto. Más adelante, ese tesoro debería de pulirse y ser más grande aún, pero
no. Con el tiempo dejará de pedir lo que le gusta para dar mil y un rodeos.
Molestará cuando esté bien, por el simple hecho de no creérselo. Se sentará a
esperar, y se le olvidará que cuando algo te gusta, debes de pedirlo.
Aprendemos de pequeños lo que desaprendimos de mayores.
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