Estaba sentado, demasiado, hasta para ser él. Esperaba que
todo lo que había recorrido se quedase atrás. Como si lo ya andado no pudiese
recorrerse otra vez. Ya había vivido todo aquello y no creía en resurrecciones.
Había dejado de creer. Había dejado de tener esperanza en los espíritus libres.
Había comenzado a desesperar hasta a las piedras. Éstas estaban unidas a él y
no las quería soltar. El peso que llevaba era más grande de lo que nadie podía
imaginar y atenazaba cualquier intención de grieta.
No seguía ninguna intención en especial. Tan solo estaba con
esa mirada perdida en una despedida que no había dejado escapar más que
suspiros. Hasta comenzaba a ver una nueva vida que llamaba a una puerta con
gotas de lluvia. Pero seguía sentado. Los pasos que quedaban en sus gastadas
botas no salían. No había distancia que no supiese recorrer con esa mirada que
dejaba pasar todas las esperanzas de resurgir una vida de caminos enterrados.
Casi había dejado de esperar sentado, en ese final, cuando
llegó una despedida distinta. Aterrizó en su asiento una especie de lazo rojo
que ataba de nuevo esas botas desabrochadas. No se había fijado hasta ese
momento. Estaba demasiado perdido en esa oscura sensación. Desde entonces no dejaba de creer en la maldad, pero no se había dado cuenta de aquello. Esperaba hasta llegar el momento idóneo, pero no quería mirar dentro de la zona sin luz. La había imaginado, pero no la había visto y estaba tan lejos... cuando alzó la vista y la tenía.
Arriba del todo, estaba el final del camino, con la luz que solo puede dar una sonrisa.
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