Un día cualquiera de verano. El agua se escurría entre sus
manos. Más de uno confundía el sudor con la verdadera lluvia de la vida. Era
algo habitual entre la gente extraña del lugar, pero los habitantes sabían
perfectamente diferenciar ambas sustancias. Esa sabiduría que recorría al
pueblo llenaba de magia un recoveco de la geografía perdida en un mapa
polvoriento. Esa magnitud de conciencia,
de saber buscar, antes de saber ver, es lo que llenaba de felicidad un momento
que duraba toda una vida.
La melodía recorría todas las casas, puerta por puerta,
calle por calle. Los extraños se dejaban llevar por la felicidad que fluía en
cada instante. En cada minuto que aquel misterioso lugar dejaba de mirar al
futuro. Era el punto y seguido de cada final. Era la magia de continuar. Era el
mejor comienzo de algo que inunda tu presente. Era la esperanza que infunde una
sonrisa que nunca has imaginado. Era el parecer ser, lo que un día llegaste a
desear. Era el momento de llegar a ver, para comenzar a estar. La melodía llega
hasta nuestros días y nos induce a continuar, siempre a continuar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario