Una leve sonrisa hacía que cualquier duda saltase por los aires. Una vez más, lo había hecho.
Muchas horas había pasado hablando consigo mismo, o hablando solo, como mejor lo veáis. Ideas iban y venían sin que las señales cambiasen de dirección. Pero el rumbo no está marcado por señales, está marcado por sonrisas y esas no solo cambian la vida, cambian el mundo. Sonrisas tan poderosas que hacen que puedas con cualquier montaña que escalar, o mar que nadar. Y no hay distancia que no se pueda recorrer. Nada importa cuando una sonrisa te hace.
Una lista se empeñaba en enmarcar a la mejor de las sonrisas, como si en una clasificación se pudiese guardar los mejores momentos. Esos que se viven una vez y se hacen más grandes en el recuerdo, pero aún más cuando es una sonrisa quién los rescata para verlos sentado desde una butaca con palomitas. Pero los recuerdos solo pueden jugar un papel de impulso, porque las sonrisas no se acaban, pero si se desgastan. No puedes usar la misma sonrisa para siempre. Una colilla no te permite seguir sacando de tus labios más de los que ya has conseguido. Los labios tienen que sentir, tienen que besar para que las sonrisas se renueven y sigan siendo el alma que nos garantiza el caminar.
Sí no lo has hecho, besa, vive y ama…
… por una sonrisa más en el mundo.