Había escuchado hace mucho tiempo llorar, demasiado. Escuchaba sonreír desde hacía mucho tiempo, insuficiente. Escuchará a la desconfianza por poco tiempo, suficiente.
No hay duda de que no hay nunca suficiente tiempo para saborear el placer del sol en la piel, y la caricia de un día que nunca debería de acabar. Espejismos que se ven reflejados en unas vacaciones o en un día que se disfraza de descanso.
La monotonía era distinta. No había llanto, sonrisas o sueños, tampoco espejismos en el que el sol me hablase al oído. Días que iban y venían sin mirar atrás, sin recordar aquellos que no lloraban.
El cambio se había vuelto esquivo, como si de algo prohibido se tratase. De una forma increíble lo que un día fue tan difícil ahora se había convertido en algo cómodo, pero no alegre. Solo quedaba un disfraz de aventurero que se ahogaba en las esperanzas de progresar. De luchar por descaminar y desaprender, por ignorar como un chiquillo todos aquellos pellizcos que la realidad nos pega.
Desconfiar del tiempo y tomar el pulso a aquello que un día pareció imposible. Toca volver a vestirse de aventurero.
Volveré a tener miedo lo suficiente para creer…