Los siglos pasaban como sí de segundos se tratasen. En ellos el miedo jugó un importante papel, pero no dejó al tiempo paralizado, éste siguió.
No había más que mirar a los ojos del que descansaba, para saber que entre los platos rotos el silencio era solo melancolía. Todo giraba para que en aquel atardecer la esperanza no saliese mareada, y se había jugado durante mucho con el poder, para que éste desapareciese en un suspiro cansado.
Pero el miedo seguía siendo el que despegaba las páginas para lanzarlas al fuego. Él, y solo él, era el que podía hacer desaparecer al frío, o quizás tan solo disfrazarlo, sin que los ojos pudiesen avistar lo que de verdad representa aquel profundo y oscuro cantar.
Hasta que el tiempo pasa, y pasa por todo. Y por todos. Y el miedo se queda en algo pasajero. En algo que durante un tiempo no te quiso. En algo que al principio, no era más que eso, El principio. Ahora, los pájaros habían aprendido a volar, el presente sabía hablar, y el futuro ya había quedado en esperar al que quisiese hacer de su tiempo suyo, sin olvidar, con peligros, pero sobre todo, aprendiendo que sin miedo no hay valientes.