En el aire se escondía la belleza de aquella agraciada y desaparecida verdad. Se lo había gritado a los cuatro vientos, e incluso llegó a crear una tormenta perfecta para ver reflejada aquella idea huidiza destrozando cualquier atisbo de brote verde. No podía pasar. No podía esperar. No podía ser realidad. No podía y no lo sabía.
Directo. Victorioso, como suele ser el momento del comienzo, se disfrazó de verdad. Se hizo pasar por una realidad que iba a pasar. Sangraron heridas para cicatrizar en una estrecha llegada de placer. Lloraron huesos y sonrieron lágrimas. Segundo a segundo se iban formando estrellas en un nuevo universo. Minuto a minuto comenzaban a brillar las estrellas. Hora a hora el mundo comenzaba a tener vida. Día a día comenzaba a tener sentido la creación del todopoderoso. Y semana a semana llegaban los sueños.
El capricho de la creación tiene esa curiosa predisposición a aparecer cuando se le antoja. En aquella colilla nocturna. En un café al atardecer, o codo con codo. Aquel capricho también tiene la curiosa espera del que desespera, esa en la que solo los sueños por ser más te llevan a la pesadilla de un mundo mejor. El mundo en el que choca la realidad con la verdad. Y al igual que en el cuento, el amor triunfó, pero lo hizo ayer, hoy solo chocas con el capricho del olvido.