Resulta que en la profundidad de un abismo como es la inconformidad y la decepción esperaba sentada una libertad que iba más allá de lo que uno mismo quiere. Se encontró con un lugar oculto que se dejó ver en todo lugar nuevo al que llegaba. Salía de casa siendo alguien distinto al que era al llegar a un nuevo destino. Decidió conocer el mundo y terminó por conocerse a si mismo. Se despejó en cualquier duda que pudiese suponer salir sin destino común. Se aclaró en la simple mirada que desprende alguien a quien conoces para no volver a ver. Se reflejó en el cristal de un avión, un coche, un tren, un autobús, y no se reconoció. Llegaba al desafío de no volver nunca a casa. Y es que el desafío ya no era volver, era saber. Había olvidado cual era su casa, porque no quería saber quien era, solo quería conocer y reconocer lugares con los que había soñado y lugares con los que había tenido pesadillas. Lugares, esa era su palabra favorita. Recogía de lugares experiencias y de experiencias recogía la sabiduría del viajero.
Se encontraba, mientras escribía estas palabras, sentado, esperando, reflejado en un tren, viendo pasar algunos momentos pasados y algunos que nunca llegarían, pero sobre todo, se quedó mirando su alma, que a parte de tener un color, era libre. La dejó escapar en la siguiente parada y no volvió a saber de ella, hasta que encontró su nuevo destino a lugares desconocidos. Lugares sin nombre y con la experiencia que solo da el siguiente paso…
No hay comentarios:
Publicar un comentario