En una
bonita habitación se mece una abuela en su mecedora. Se mece la vida. La escena
es la expresión viva de la propia vivencia. Las idas y venidas. Los chirridos
incomprensibles del saber, o simplemente de una marea de edad, mayor. Con los
ojos cerrados se nos narra lo que significa toda una vida. Una conversación con
uno mismo y su significado. Incomprensible. Las arrugas en la cara de una mujer
machacada por ríos de saber y experiencias.
Durante varios segundos juguetea con el envoltorio de un caramelo.
Alguien mira con desesperación su tardanza y “torpeza”, hasta poder hacerse con
el ansiado premio. Otra mirada, sin embargo, piensa en la paciencia y la
capacidad que aún alguien puede poseer a esa edad para conseguir ese
“premio”. Más tarde, esta situación solo
la vivirá esta segunda persona, la paciencia.
El caramelo
fluye como ella quiere, lo reconduce hacia su destino, hasta desaparecer. Llega
la expresión de satisfacción mezclada con esa mirada de vacío, de final. Es la
imagen de la masacre, de lo que ha debido ser una buena vida. Al fin y al cabo
se ha llegado al final. Ese en el que puedes pararte a pensar mientras te balanceas
en una mecedora, ¿qué es lo que agité durante mi vida?
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