Su paso definía a un inexistente destino. Algo nuevo seguía mostrando que en el todo seguía creciendo con la misma esencia. Se había perdido decenas de veces y aquel olor hacía que siguiese encontrando su llave.
Aquella mañana había encontrado a los ojos del sol una sombra que acostumbraba a mostrar algo más. Era ese algo que nunca creemos alcanzar, pero que siendo nuevo se convierte en costumbre. Decidió enmarcar aquel momento, no por especial, no por antiguo o novedoso, solo quería la diferencia. Trató de guardarlo en una fotografía, pero solo recogía un mínimo reflejo de su grandeza. Trató de dejarlo grabado en una hoja en blanco, pero no eran más que borrones. Intentó grabar con música aquellas palabras, pero la melodía nunca le haría justicia…
Casi lo había perdido, cuando al fin descubrió que no había forma de tenerlo para siempre y decidió cerrar los ojos. Lo guardó muy dentro sin llave, lo saboreo hasta dejarlo insípido y burló al paso del tiempo haciéndolo suyo hasta desaparecer, porque hay experiencias que solo quedan en nosotros.
Después quemó todas las pruebas y guardó el secreto muy dentro, para que tan solo fuese suyo. Y siguió un día más, con la fragancia del que cree en lo que vive, sin más huella que la de una sonrisa que comparte su saber.